Me mira. Con los ojos cerrados me sigue mirando. Respira mi rostro. Respira mi respiración
Llevo un vestido blanco. Como el color de mis bragas Tan blanco como la mismísima luna llena de ayer, la ‘de lobo’, según cuenta la leyenda porque sale a aullar. Es algo ajustado de cintura, me gusta este vestido, me cae muy bien. Mi boca tiene hoy ese efecto tan francés a labios pintados de forma sutil, de color carmín oscuro casi negro y contornos ligeramente desdibujados. Mis cabellos son abundantes, flexibles, dolorosos, una mata cobriza que me llega a la cintura. Podría engañarme, creer que soy hermosa como las mujeres hermosas, como las mujeres miradas, porque realmente me miran mucho. Pero sé que no es cuestión de belleza sino de otra cosa, Mon Monsieur me dice que soy sensualmente perfecta. Parezco lo que quiero parecer, incluso hermosa si es eso lo que quiero ser. Y creerlo. Creer, además, que soy encantadora. En cuanto lo creo, se convierte en realidad para quienes me ven, también lo sé. Mon Monsieur me acompasa hacia su biblioteca. Mi expresión, a medida