El punto G requiere cierta intensidad


La tenue luz de la sala resaltaba la pálida belleza de su piel, le aportaba una sensualidad desbordante.
Entramos en mi biblioteca, de mi mano la situé sobre una gran alfombra blanca.




Su melena le caía suavemente sobre los hombros, mientras, ella paseaba la vista por la sala. Estaba nerviosa.
—Siéntate—, le dije y lo hizo en el sofá, también blanco, con la elegancia de una auténtica felina. Me volví hacia ella.
—Serás mía y podré hacer contigo lo que quiera. Me obedecerás y nunca cuestionarás lo que te ordene. 
Tu cuerpo será mío y podré utilizarlo como yo quiera. Nunca seré cruel contigo, pero será todo diferente. ¿Has entendido todo lo que te he dicho?.
—Sí, Monsieur, contestó ella mientras se humedeció los labios al tragar saliva. Su elegancia me perturba demasiado. La excitación empezó a latir en mis venas.
—Bien—, me separé de ella y me recosté en el escritorio, permaneciendo de pie, —ahora quiero que te quites las bragas, te arremangues esa falda provocona que llevas y te abras de piernas para mi. Ah y pon tus manitas detrás.
Ella, de manera intencionadamente lenta y sensual, muy sensual, se quitó las bragas con una inclinación de piernas que me excitó sobremanera, había algo en ella que me encogía el alma.
En el momento que puso sus manitas detrás, se abrió de piernas y en un gesto excelente y provocativo, me sacó la lengua.
Me dejó sin argumentos, no me quedó más remedio que sonreírle.
Sobre la mesa en la que yo estaba apoyado, cogí el mando a distancia del reproductor de música, en esos momentos empezó a sonar “No ordinary Love” de Sade.
Ella me miró boquiabierta, expectante.
Yo la miré a ella, dominante.
—Quiero que te desnudes para mí, bailando mientras te quitas la ropa, quiero descubrir la nena puta que hay en ti.
Un ligero rubor le cubrió las mejillas. Sí, le gustaba que le hablara de ese modo. Le gustaba soez, duro, dominante.
Ella sintió placer cuando le rocé los oídos con perversidad absoluta, erizando su piel con ese tono ardiente que le quemaba el alma.
Se empezó a desnudar, intuí que ella hubiera sabido siempre que bailaría para mí, lo hacía de manera que parecía que fuera la propia música la que le iba quitando la ropa.
Me acerqué justo delante, cuando estuvo totalmente desnuda, ella la cabeza gacha y las manitas detrás, sabía cómo obedecer.
Le agarré los pechos, disfrutando del modo en que se le endurecieron los pezones.
—Esto es mío.
Proseguí mi camino hacia abajo y deslicé las manos por sus costados.
—Mía—, dije, porque todo su cuerpo era mío. Una ráfaga de pura lujuria me recorrió de pies a cabeza y me incliné para besarle el cuello y deleitarme con su sabor.
Le di un mordisco suave. Ella gimió y tembló bajo mis caricias.
Susurré, —no lo olvides nunca y escúchame bien: dedícate a sentir.
Mis labios se mueven cerca de su oreja, deslizo la punta de mi lengua por su cuello, saboreando con precisión su aroma a mujer deseada.
Instintivamente ella se mueve contra mí, quiere perderse en mí.
Mi lengua se mueve hacia su oído. Ella jadea, mis dedos en su cabello hacen que se sienta dominada, mientras mi otra mano se mueve más bajo, más allá de sus tetas, el estómago… bajando… siente deslizar mi mano entre sus muslos.
Mi mano entre sus piernas, me inclino hacia delante lamiendo sus labios mientras mis dedos empiezan a moverse, ella está mojada, muy mojada, a cada pasada de mis dedos entre sus labios, deteniéndome en círculos en su clítoris, ella siente como si las cosas se cayeran de las estanterías, pensamiento y confusión.
Ella estaba firme y húmeda y la sensación que percibí alrededor del dedo, era la pasión que empezaba a desbordar su cabecita.  Se me endureció la polla y deslicé otro dedo en su interior. Mojada. Interné un poco más los dedos, todo lo que pude.
Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás.
Seguí tocándola hasta que empecé a sentir cómo se contraía alrededor de mis dedos;
Ya estaba a punto. Se le entrecortó la respiración y sus mejillas se sonrojaron. Abrió y cerró los labios.
Me acerqué un poco más.
—Ahora.
Se dejó ir. — Tus orgasmos son para mi.
Ella gimió de locura
La abracé, fuerte durante …  durante no sé cuánto tiempo, atraída hacia mí.
Me di la vuelta y cogí un almohadón del sofá.
—Tu palabra de seguridad será «alcoi». En cuanto la digas, todo esto habrá acabado. Te marchas y no vuelves más.
Ella asintió.
—Bien. ¿Está todo claro? Pregúntame si tienes alguna duda.
Se mordió el labio.
—No tengo ninguna pregunta.
— Ese puto labio—. Me acerqué un poco más.
—No tengo ninguna pregunta.
—Dilo joder. Déjame oír cómo lo dices. Necesito que lo digas—, le susurré: te lo mereces.
Se inclinó hacia delante con un gesto de comprensión: —No tengo ninguna pregunta, Monsieur.
“Monsieur” Podría haber gemido de placer al oír esa palabra de sus labios.
—Sí. Muy bien. 
Ella me observa mientras me quito  el cinturón, sus ojos nunca dejaron los míos. Me deshago de los pantalones. Ahora ven aquí y demuéstrame lo contenta que estás.
Ella resbaló por el sofá y se puso de rodillas sobre la gran alfombra, justo delante de mí. Sacó la lengua y se humedeció los labios.
—Monsieur deseo tragar su sabor, chuparle, llenarme de su dureza con fuerza, succionar hasta sus gemidos.
Dejó escapar un sonido que estaba entre el suspiro y el susurro y se inclinó hacia delante para tomarme en su boca. Yo apoyé las manos en su cabeza mientras ella me absorbía hacia dentro.
Tenía la capacidad de apoderarse tanto de mi cuerpo como de mi alma, empecé a moverme hacia dentro y hacia fuera.
—¿Te gusta?— le pregunté. —¿Te gusta que me folle tu boca caliente?
Ella emitió un gemido amortiguado que provocó unas vibraciones que se extendieron por todo mi cuerpo. La agarré más fuerte del pelo.
Me chupó con ansia y yo bajé la vista para observar cómo me deslizaba dentro y fuera de su boca. Tenía los ojos entrecerrados. Me estremecía mirarla.
—No abras los ojos.  Vale ya.
Ella se sobresaltó. Estaba tan ensimismada que pensaba que me correría en su boca
—Tu anterior orgasmo ha sido muy fácil—, le dije cuando volvió a posar los ojos en los míos.
Ella inclinó su cabeza.
—Ponte a cuatro patas en mi sofá, y no me hagas esperar—. Ella lo hizo sin vacilar ni un segundo.
—Apoya la cabeza en el almohadón—, le indiqué.
Siguió mis instrucciones, apoyó la cabeza de lado y posó los antebrazos a ambos lados de su cara.
Yo deslicé una mano por encima de mi mesa, apartando algunos libros.
—¿Sabes lo que tengo aquí escondido?
Ella no dijo ni una sola palabra, permaneció inmóvil cuando saqué la fusta.
Se le puso la carne de gallina.
—Mmmm—, le deslicé la fusta por la espalda con suavidad. Sólo para que supiera que estaba allí. Se la dejé resbalar entre las piernas. —Separa las piernas.
Ella lo hizo y se agarró al almohadón con ambas manos.
Yo le golpeé los muslos con la fusta muy suavemente.
—Eres una chica muy traviesa. Me has sacado la lengua—. Llevé la fusta hasta su trasero y la azoté con un poco más de fuerza. Ella gimió y cerró los ojos
—Te gusta, ¿verdad?
Volví a dejar caer la fusta y ella mordió el almohadón.
Entonces la acaricié, entre sus labios.
—Qué traviesa eres—, lamí su humedad en mi dedo. Estás hiperexcitada.
—Quieres que te la meta por aquí, ¿verdad?
Ella seguía teniendo el almohadón en la boca.
Sonreí y le di algunos golpecitos más en el sexo. Ella murmuró algo, pero no comprendí lo que decía por culpa de la almohada. Volví a llevar la fusta hasta su trasero y la azoté unas cuantas veces más. Las necesarias para conseguir que sus nalgas adoptaran un ligero tono rosa. Lo justo para llevarla al límite.
Entonces dejé la fusta y me retiré. Le di algunos segundos para que se diera cuenta de que había parado. Cuando su respiración se normalizó un poco, me coloqué detrás de ella y me acerqué.
—Dime, le susurré con mi voz ronca, ¿alguien ha conseguido llegar hasta tu punto G?
Ella negó con la cabeza.
—Contéstame—.  Le agarré el pelo con mi mano. —¿Te gustaría que intentara ver si puedo encontrarlo?
—Sí, por favor.
Le di un azote.
—Sí, por favor, ¿qué?
—Sí, por favor, Monsieur.
—El gran misterio del orgasmo femenino se descubre aquí, en el punto G. Así que me voy a tomar mi tiempo, mmmmm—. pasé la mano en su coño depilado y se me puso aún más dura.
—Por aquí, ¿verdad?—.  Deslicé un dedo en su interior.
—¿Qué tal por aquí?— Seguía en silencio. Inserté un segundo dedo. — ¿Aquí?
Empecé a  acariciar la parte superior de su pared vaginal  flexionando los dedos y presioné hacia dentro. —¿Y aquí?
Entonces sus muslos se contrajeron hacia mí y soltó un grito.
—Oh, sí. Justo ahí.
Volví a acariciar la zona con los dedos y casi se cayó del sofá, había encontrado el punto exacto, la acaricié suavemente en círculos, el punto G puede requerir cierta intensidad, así que tuve que presionar ligeramente con mis dedos.
Entonces utilicé sólo la punta del dedo para darle pequeños golpes firme y repetidamente en ese punto exacto, fue cuando ella se derrumbó, se abandonó a mi, sus aullidos hicieron de su orgasmo un enloquecido placer de nuestros sentidos.
Saqué los dedos y los sustituí por mi polla, sin mediar palabra, sin solución de continuidad. Me metí en ella de una única embestida.
Ella soltó un suspiro de satisfacción.
Tuve que hacer uso de todas mis clases de yoga para no embestirla repetidamente,  quería ir despacio. Tomármelo con calma. Alargarlo todo lo que pudiera.
Me retiré un poco y le acaricié con mis largos dedos la suave piel de su espalda, del cuello hasta la zona sacra, y recorriendo el camino a la inversa, enmarañándome en su melena.
Ella se empujó hacia arriba.
—Eres una glotona—. Le agarré el pelo de nuevo. —Tenemos toda la noche. Quiero saborearte. Acariciarte por todas partes. Descubrir hasta tu último poro.
Le sujeté entonces las caderas, adoptando un ritmo lento y constante para asegurarme de que alcanzaba el delicado punto que tenía escondido en su interior.
Me dolían los testículos y deseaba alcanzar el orgasmo, pero seguí moviéndome lenta y acompasadamente, con el ímpetu justo para llevarla hasta el final.
Los dos tratábamos de mantener el equilibrio en ese precario límite.
Yo conseguí seguir ese ritmo durante unos largos minutos, pero sabía que los dos queríamos más. 
Empecé a subir la intensidad muy despacio, aumentando la velocidad ligeramente y embistiéndola con un poco más de fuerza. Pero no pasó mucho tiempo hasta que nuestros cuerpos tomaron el control y me di cuenta de que estaba follándomela con todas mis fuerzas.
La había provocado durante demasiado rato y con mucha pasión. De repente se puso tensa y empezó a temblar debajo de mí.
Eso es, dije, alargando mi brazo para apartarle el pelo de la cara mientras la embestía. Córrete con fuerza para mí.
Su cuerpo respondió, alcanzó el clímax inmediatamente y sus firmes curvas desencadenaron el mío. Mientras me corría le tiré la cabeza hacia atrás.
Cuando, después, los dos nos dejamos caer sobre el sofá, supe que aquella mujer iba a ser mi perdición.

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