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  LAS BIBLIOTECAS TRANSMITEN EROTISMO, MUCHO EROTISMO.           Llevaba todo el día fotografiando las estatuas situadas en la parte posterior del escenario, había disparado mi cámara fotográfica desde todos los ángulos. Estaba obsesionado con captar la impresión que me transmitían,  como si estuvieran danzando, impulsadas por un viento imaginario.      Miré mi reloj, «es tarde». Desmonté la cámara y la guardé en la mochila de piel que siempre llevaba colgada sobre mi hombro. Me arrodillé, abrí mi portátil y repasé mis últimas anotaciones, en el encabezado tenía escrito: “Palau de la Música Catalana, año 1905. Arquitecto Lluís Domènech i Montaner” «un arquitecto capaz de construir los sueños» pensé.                                                                                                                                Decidí terminar cuando llegara a casa, todavía tenía que  editar las fotos antes de enviarlas a la revista neoyorkina  visual anthropology,  en la que colaboraba. A

Me mira. Con los ojos cerrados me sigue mirando. Respira mi rostro. Respira mi respiración

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Llevo un vestido blanco. Como el color de mis bragas Tan blanco como la mismísima luna llena de ayer, la ‘de lobo’, según cuenta la leyenda porque sale a aullar. Es algo ajustado de cintura, me gusta este vestido, me cae muy bien. Mi boca tiene hoy ese efecto tan francés a labios pintados de forma sutil, de color carmín oscuro casi negro y contornos ligeramente desdibujados. Mis cabellos son abundantes, flexibles, dolorosos, una mata cobriza que me llega a la cintura. Podría engañarme, creer que soy hermosa como las mujeres hermosas, como las mujeres miradas, porque realmente me miran mucho. Pero sé que no es cuestión de belleza sino de otra cosa, Mon Monsieur me dice que soy sensualmente perfecta. Parezco lo que quiero parecer, incluso hermosa si es eso lo que quiero ser. Y creerlo. Creer, además, que soy encantadora. En cuanto lo creo, se convierte en realidad para quienes me ven, también lo sé. Mon Monsieur me acompasa hacia su biblioteca. Mi expresión, a medida

¿Conoces mis gustos verdad?

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—Píntate los labios—.  Mi voz, ahora sí, sonó autoritaria, podría decirse que era una orden. Llevábamos charlando animadamente en mi despacho bastante rato. De repente  opté por callar. Ella sabía que a mí me gustaban las pausas,  de hecho se movía muy bien entre mis silencios, los supo captar desde que nos conocimos. Mirándola a la cara le pregunté —Llevas pinta labios?—.   —Siempre Monsieur—, me contestó sin mirarme, humedeciéndose los labios al tragar saliva, ese gesto, ese es lo que me gusta de ella.  Como si se hubiera detenido el tiempo y las manecillas del reloj se debatieran para no avanzar, abrió su bolso y sacó su pinta labios. Seguía con sus movimientos pausados, mientras, yo me deleitaba observándola. Abrió su bolso, sacó la barra del pinta labios y con su mano girándola despacito, la miraba, como si no supiera lo que saldría de aquel cilindro. De repente, el color rojo de la barra destelló,  empezó un ritual cargado de sensualidad, inició un reco

De la poesía, a veces, como tantas cosas de la vida, uno sabe con mas seguridad el final que el principio.

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“No sé qué tiene Monsieur pero me excita, tal vez sea cierto que sea su personaje lo que me atrae, tal vez sea cierto que me haya conquistado el personaje que me he montado en mi cabeza imaginando mil veces encuentros con El, no tengo ni idea. Lo que sé es que hace que me moje, que los pezones se me endurezcan y deseo que sus manos, me acaricien, que jueguen conmigo y que su mente me ofrezca rituales para servir de altar. Me mola, me pone, me excita. No puedo evitarlo, pienso en El muchas veces al día”. Me puse mis guantes de piel antes de arrancar el coche. Ella los miró y se humedeció los labios al tragar saliva. —Estás cómoda cielo?— le dije mientras conducía mi coche, Volvo automático, por supuesto.  Siempre he pensado que la comodidad del cambio automático en un coche, supone muchas ventajas, una de ellas es una mayor sensación de seguridad, al no tener que preocuparme por la sincronización entre pedales y cambio de marchas y la otra, poder acariciar la mano d

El punto G requiere cierta intensidad

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La tenue luz de la sala resaltaba la pálida belleza de su piel, le aportaba una sensualidad desbordante. Entramos en mi biblioteca, de mi mano la situé sobre una gran alfombra blanca. Su melena le caía suavemente sobre los hombros, mientras, ella paseaba la vista por la sala. Estaba nerviosa. —Siéntate—, le dije y lo hizo en el sofá, también blanco, con la elegancia de una auténtica felina. Me volví hacia ella. —Serás mía y podré hacer contigo lo que quiera. Me obedecerás y nunca cuestionarás lo que te ordene.  Tu cuerpo será mío y podré utilizarlo como yo quiera. Nunca seré cruel contigo, pero será todo diferente. ¿Has entendido todo lo que te he dicho?. —Sí, Monsieur, contestó ella mientras se humedeció los labios al tragar saliva. Su elegancia me perturba demasiado. La excitación empezó a latir en mis venas. —Bien—, me separé de ella y me recosté en el escritorio, permaneciendo de pie, —ahora quiero que te quites las bragas, te arremangues esa fald